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Basura virginal

  • klefvas
  • 23 may 2022
  • 1 Min. de lectura

Consuelo Díaz y Gissela Manosalvas caminaron hacia El Panecillo, sector que ya lo conocían y, por tanto, caminaban con una idea clara de lo que esperaban encontrar. Y la más clara de todas esas ideas fue la virgen del Panecillo, una idea que, en forma de imagen les acompañaba, supongo, como acompañan las imágenes a las procesiones o romerías, guiando el camino que lleva a un lugar sagrado. El Panecillo no es un lugar sagrado y su caminata tampoco era una peregrinación para visitar a un santo, pero a donde se dirigieron se levanta una virgen alada, gigante sobre una colina, tan grande que con sus pies aplasta un dragón. Se la puede ver desde varios puntos de la ciudad, otorgándole a Quito uno de sus íconos más importantes a pesar de las duras críticas de especialistas que vieron en ella la dogmática posición doctrinaria y discriminadora de un Quito conservador.


Allá se dirigieron Consuelo y Gissela sin imaginar que su imagen se iría corrompiendo y ensuciando con otras tantas imágenes inesperadas y menos inmaculadas. Montículos de basura fueron encontrando en su camino, la basura de las olvidadas y mundanas calles del Centro. Esa basura se superponía a la virgen profanando "la carita de Dios", sacrílego collage de imágenes.



El ejercicio entonces, pretendió construir una figura perfecta con la basura y todo lo imperfecto que ella representa. Algo así como hacer una transfiguración -para seguir con los términos cristianos- que nos muestre o configure un lado oculto y opuesto de la basura, una especie de esencia incorruptible en ella, como diciendo que todo puede redimirse bajo los ojos virtuosos.





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