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Los inicios

  • klefvas
  • 13 may 2022
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 15 may 2022

Allá por el 2012, si no me equivoco, en la Universidad Internacional SEK, por la semana de la arquitectura, me propusieron realizar un taller de escultura... Acepté, pero en una semana no se podía hacer ese tipo de taller, así que, con las personas que se inscribieron, decidimos trabajar con objetos y espacios familiares; es decir, con lo que teníamos a mano. Así lo hicimos...


La escultura se tornó en una especie de instalaciones, los resultados fueron variados y, a continuación se muestran algunos de ellos, muchos de los cuales no llevan nombre porque el tiempo los ha extraviado.


Este, por ejemplo, no recuerdo quién lo hizo, pero tenía que ver con fugarse, con salir o escapar, verbos que resultan casi necesarios cuando se trata de una institución educativa. Vemos así como unos zapatos trazan un camino como si de pisadas se tratara. Nos lleva a la ventana, por supuesto, sólo por ahí se puede escapar pues, quizá, una ventana pueda llevarnos más lejos que una puerta. La ventana nos obligaría, no a caminar ni a correr, sino a saltar y quizá a volar.



Y, al parecer, caminar y sus huellas calaron en las pretensiones de los chicos. Acá vemos alguna pintura extraña hecha con los pies de quien transita obligadamante por ese lugar.



Lo político también encontró su espacio en los platos rotos que se muestran a continuación...



No debía sorprenderme que estudiantes de arquitetura trabajaran con elementos de su disciplina o que, a través de ellos pudieran imaginar otras cosas. Los hierros y los estribos del armazón de una columna sirvieron para construir un gusano, un ciempiés gigante que trepa tan lentamente que parece no moverse por las paredes del viejo edificio.

Manipular un significante para cambiar su significado empezaba a tener sentido.


También hubieron otro tipo de obras con cierto tinte poético y crítico, precísamente porque jugaban con los significados del entorno donde se inscribían. Este gran taburete o escalera que David Hidalgo construyó para subir bien alto y llegar a una horca que cuelga como del cielo, puede resultar una metáfora del mismo sistema educativo, el cual nos enrumba por un camino ascendente mientras nos promete conocimiento, bienestar y progreso.





Los objetos y muebles que la institución educativa ofrecía fueron convertidos en material de arte. Aquellos objetos anónimos y utilitarios son quienes llegaron a sugerir nuevos puntos de vista, como si el objeto, por un momento, se revelara y quisiera dejar de servir, de ser útil para volverse otro, transformándose, expresándose.







Hay quienes quisieron ir más lejos y salieron... Se dieron cuenta que se puede trabajar también afuera, porque ahí también hay objetos y cosas que cumplen roles y funciones específicas. Las cosas se encontraban ahí por algo, para algo, por alguna razón, pero ahora, eso podía cambiar y las cosas podían decirnos algo más; hablarnos diferente, quizá, decirnos lo que antes no se atrevían y, tal vez, por eso mismo, llegar a perturbarnos.


La intervención realizada por David del Pozo en la estátua de Francisco de Orellana ubicada en la plaza de Guápulo provocó la alarma en algunos vecinos del lugar; reacciones inesperadas y algo amenazantes acompañaron la instalación. Supimos entonces que el arte o la manipulación simbólica puede llegar a incomodar o afectar los esquemas de significación a los que estámos habituados. Irrumpe en nosotros interpelándonos, porque nos muestra lo que no esperamos ver o lo que, de plano, no queremos ver.




Esa experiencia de salir y trabajar afuera se consolidó en el 2013 cuando fui invitado por la Universidad Católica de Azogues para dar un curso de una semana a los estudiantes próximos a graduarse. Eso me permitió conocer la ciudad a través de las intervenciones de estos, y es que, de esa manera pude acercarme a lugares aparentemente comunes y nada turísticos, pero significativos para quienes los habitan. Esta intervención de Gabriela Guamán, por ejemplo, consistió en pintar en el piso de una cancha de fútbol un corazón celeste, parecido a los que en esa época, la policía nacional pintaba en las ciudades del Ecuador, en aquellos lugares donde hubo un accidente de tránsito y alguien falleció. Gabriela lo pinta en esa cancha porque allí jugaba y allí, ella se cayó.


Así mismo, en otro lugar, otra estudiante, afectada porque una institución gubernamental había pintado de blanco una pared donde antes se podían apreciar representaciones de los viejos billetes del sucre, antigua moneda que desde la dolarización, había dejado de circular. Ella quiso recuperar aquel viejo mural reconocido por la ciudadanía. Para hacerlo tendría que volver a colocar billetes en el muro, pero esta vez, lo haría de manera lúdica, jugando con los niños de una escuelita cercana y colocando billetes de mentira, de esos que venden por ahí... Sólo los niños podían hacer esa "travesura" que adquirió todo el tiente de una protesta cuasi política.






Hubieron muchos otros trabajos que, junto a los mostrados acá, ayudaron a consolidar una materia optativa que, hasta hoy, es impartida en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Central. Muchos nombres tuvo la asignatura y año tras año su contenido fue modificándose hasta que llegó, finalmente, a llamarse "arte de lo urbano".








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