Las raíces de La Mariscal
- klefvas
- 14 may 2022
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 26 may 2022
Leonardo Arízaga e Israél Carranco recorrieron las calles que llevan a la Plaza Foch en La Mariscal, lo hicieron en el día y en la noche, y lo que hicieron fue tratar de caminar por sus aceras intentando ingresar en todo aquel espacio que así lo permitiera. En la noche encontraron más puertas abiertas, de bares y restaurantes a los que podían ingresar, aunque sea sólo para echar un vistazo, y con su mirada de arquitectos adivinar sus dimensiones y vislumbrar otras estancias. Con ello pudieron hacer dos dibujos que se parecen a las raíces de un árbol.
en el día...

en la noche...

Cuando vi sus dibujos no pude dejar de escribir algo al respecto...
Las raíces de la noche y el día
En Quito, a principios del siglo XX surgió el barrio La Mariscal urbanizado bajo el concepto anglosajón de “ciudad Jardín”; villas y palacetes de la burguesía quiteña empezaron a levantarse en la ciudad que, hasta aquellos años, se había mantenido enclaustrada en su tradicional centro histórico de influencia hispánica. Las clases dominantes de entonces buscaban alejarse de la convivencia compartida que obligaba la arquitectura colonial del centro, cambiando viejas costumbres a modos de vida más confortables e independientes; idea moderna divulgada por la propaganda que se hacía de la ciudadela: “…para cada familia una casa y cada casa en un jardín”[1] Además, para aumentar la venta de dichos lotes, también se instauró en la clase acomodada una fiesta que nada tenía que ver con las celebraciones tradicionales de tinte español; sino, a la manera gringa: La “garden party”[2]
Es posible que esas fiestas hayan sido la semilla inaugural del talante festivo que La Mariscal mantiene hasta la actualidad. Lo cierto es que, por otro lado, las semillas con que se arborizó la “ciudad jardín” aún mantienen erguidos algunos de sus árboles; mismos que formaron parte de aquellos jardines que propiciaron una nueva vida “hacia afuera”, en oposición con el carácter conventual que mantuvo la vida “hacia adentro” en la vivienda tradicional.
Una vida exterior a la sombra de árboles cuidados celosamente por sus habitantes, quienes, como cuenta el arquitecto Ovidio Wappestein; los hermanos Benigno y Carlos Andrade, -ambos coroneles de la Revolución Liberal y vecinos del barrio- cuidaron que nadie tumbe los árboles de la calle Juan Rodríguez.[3] Para Wappestein, estas calles arborizadas atrajeron a muchos inmigrantes, sobre todo europeos, quienes, escapando del conflicto bélico de su continente, empezaron a residir en el nuevo barrio quiteño; así por ejemplo, el Dr. Thullen, matemático puro de origen alemán, vivió en la Villa Rosita de la calle Foch; Villa bautizada así por los magníficos rosales de su jardín.[4]
Para los años 60 y 70, el carácter cosmopolita que adquirió el barrio lo llevó a convertirse en el centro cultural de la ciudad. Hacía tiempo que ya no se celebraban las “garden party” y la influencia gringa estaba ahora representada por el movimiento hippie contracultural; el mismo que armonizaba con las “peñas” en vivo de “la nueva canción latinoamericana”. Muchas viviendas se convirtieron en librerías y galerías, y para los años ochenta, debido al “boom” petrolero, los edificios empezaron a reemplazar a las villas ajardinadas. Esta transformación puso en alerta a arquitectos como Eladio de Valdenebro, quien, a principios de los años 80 realizó un estudio para declarar al barrio La Mariscal como patrimonio edificado; entre otras cosas, “…por su valor arquitectónico, por su riqueza ornamental y por la belleza de sus jardines” Algunas de las consideraciones generales con respecto a los jardines fueron que éstos, “en los sectores aún sin actividad comercial se conservan casi íntegros, varios con fuentes de agua, con bellísimas pérgolas sobre hemiciclos de columnas griegas y abundante vegetación de palmeras y toctes, arrayanes y magnolios, pumamaquis y cholanes, sicses y retamas.” [5] Todo ello, debido a que las antiguas casas residenciales estaban sufriendo transformaciones definitivas, y en sus jardines estaban floreciendo tiendas, boutiques y restaurantes, además de bares y night clubs, que brotaban por doquier de la noche a la mañana.
Esta variedad de actividades atraerían a grupos sociales heterogéneos enriqueciendo la condición de espacio público. Sin embargo, su circunstancia fundada únicamente en el comercio provocó -junto a la tradición cosmopolita y bohemia del barrio- que prevalezcan sólo actividades dirigidas al turismo y a una población de mediana edad económicamente activa.
Sus calles, que en las noches de distracción echan raíces en las viviendas, han ido, de a poco, expulsando a sus habitantes. En el censo de 1990, en el barrio vivían 18.801 personas; en el 2001, 15.841; y en el 2010, 12.843 habitantes[6]. Las discotecas, bares y locales comerciales, injertados en el frente de las viviendas, ya no ocupan únicamente el lugar de sus jardines, sino, de a poco, han ido penetrando vestíbulos, recorriendo pasillos y llenando los salones y habitaciones de las viejas casonas de antaño. La “garden party” ha dejado el jardín para ingresar a la vivienda y desalojarla.
Locales de consumo recreativo que ansiosos abren sus puertas cada noche, vuelven a cerrarlas al amanecer como flores que rechazan el sol, marchitando sus calles y manifestando la ficticia, o por lo menos, efímera vida de un espacio público basado en la embriaguez de los sentidos, recordando, a su vez, la frase con la que los habitantes del Quito de principios de siglo XX, al ver por primera vez palacetes en medio de jardines, apodaron al barrio como “cementerio de los vivos” [7]
Hoy en día, luego de la emergencia sanitaria de la covid 19, la reactivación vital de los espacios urbanos parece no haber llegado a La Mariscal. Los bares que habían desalojado a las familias del barrio para arrendar sus casas, tomarse los jardines y encender las psicodélicas noches no soportaron el encierro obligado y sus puertas no volvieron a abrir. Si leonardo e Israél volvieran a recorrer sus calles para dibujar su espacio público, el dibujo sería más sucínto, se vería en él las calles como líneas llanas como si las raíces se hubieran secado y desaparecido dejando solo sus tallos desnudos como los de una cruz sin cuerpo.
Kléver Vásquez
[1] KINGMAN, Eduardo. La ciudad y los otros. Quito 1860-1940 Ed. FLACSO, Quito 2006
[2] BENAVIDES SOLIS, Jorge. Arquitectura del siglo XX en Quito. Ed. BCE. Quito 1955
[3] PONCE, Amparo. La Mariscal, Historia de un barrio moderno en Quito.
[4] Ibíd.
[5] Ibíd.
[6] HURTADO, Diego. Vivienda asequible sin parqueaderos para densificar el centro norte de Quito. 2016
[7] KINGMAN, Eduardo. La ciudad y los otros. Quito 1860-1940 Ed. FLACSO, Quito 2006
Más estudiantes realizando su propia garden party...







コメント